Sobre filosofía política y derechos humanos
A la memoria del Dr. Sandoval Ávila.
En primer término y
antes de nada es necesario determinar los límites de nuestro objeto de estudio en
la forma de la pertinente pregunta: ¿Qué es la filosofía política?, para responder
adecuadamente a la misma sería útil resaltar que el concepto está compuesto de
dos palabras complejas, que para unos no significan nada, otros parecemos no
entenderlas y solo pocos entienden, por lo que es necesario aclararlas
constantemente.
Por filosofía en un
sentido mínimo podemos entenderla como la reflexión coherente y racional acerca
del mundo, para sustraer verdades del mismo; mientras que la política, además
de su definición etimológica que corresponde a todo lo relacionado a los asuntos
de la polis, o ciudad, entendemos más concretamente que también es el proceso
por el cual se toman las decisiones en cualquier asociación humana, no
solamente dentro de la ciudad, es decir, la política es una descripción de las
relaciones de poder y sus efectos a la hora de que los individuos intenten
satisfacer sus necesidades e intereses.
Todo esto aplicado en
lo que nos compete nos diría que la filosofía política es aquella disciplina en
la que se reflexiona racionalmente acerca del ejercicio del poder y sus
implicaciones en las asociaciones humanas, principalmente el Estado que ha sido
uno de los máximos intereses de todos los filósofos y teóricos políticos desde
los albores de esta rama de la filosofía. Así que por general se desarrolla y
estudian las problemáticas que competen al cómo nos organizamos como sociedad,
esto lo vemos ya de forma muy temprana, cuando griegos y romanos clásicos se
preguntaban cómo administrar mejor un reino, cuál es la mejor forma de
gobernar, estos clásicos sin querer traban de racionalmente, comprender y
optimizar el Estado y sus funciones, poniendo las pautas para el desarrollo
conceptual de este término.
Y hablando del concepto
de Estado sería importante remarcar cuando fue que la marcha del pensamiento
dio luz a una idea tan peculiar como útil. El concepto de estado en la teoría política
surgió a principios del siglo XVI en la ajetreada, tumultuosa y dinámica vida
de las ciudades-estado italianas del Renacimiento, plétora de maravillas que vio nacer
tanto a importantes políticos de primera categoría como los Medici, los Sforza
o César Borgia, y también laboratorio de prácticas para los primeros analistas sino necesariamente
objetivos y científicos, como aspiraba Hobbes y posteriores, sí de menos serios, sabios y comprometidos con su estudio como lo fue Maquiavelo.
Se puede pensar en las
dificultades que traería para el ejercicio de la filosofía el ser un
prototeórico de la política sin tener desarrollado el concepto de Estado, y es
que aunque existiera un término que pudiera englobar más o menos a grandes
rasgos cualquier entidad o gobierno la “república”, no era apto para la
terminología teórica puesto que república también significaba coloquialmente lo
contrario a una monarquía, dejando en claro que aún no existían las
democracias, la república medieval que se contraponía a los reyes era de corte
oligárquico/aristocrático, cualquier ciudadano de las repúblicas mercantiles
italianas se habría horrorizado de ver la forma en la que nos organizamos
actualmente. Y es por este tipo de cosas que considero que es importante que no
juzguemos el pasado con la moral del presente al hacer historiografía, pues si
nuestros antepasados regresaran del más allá para juzgarnos a nosotros también
serían capaces de enumerar sus desagrados.
Al analizar la historia
y compararnos debemos estar conscientes de que somos seres distintos en
condiciones políticas, sociales, económicas y filosóficas distintas. Sea como
fuere, estas fueron unas de las razones, alejarse de la tradición y poder
hablar objetivamente, por las que Maquiavelo pudo decidir utilizar el término
de “el estado de las repúblicas o monarquías” para hablar del gobierno y sus
relaciones políticas en tiempo presente, además hacerlo de una forma clara,
universal y objetiva, de este modo el término “Estado” se estaba convirtiendo
en una palabra técnica de la política.
Maquiavelo quizá no fue
el primero, pero seguramente tampoco sería el último en tratar de hacer un
análisis concienzudo de las formas de gobierno, pero sí fue uno de los más
importantes, pues a este florentino le debemos la existencia de uno de los
libros más leídos en las humanidades: El príncipe.
Siguiendo esta línea
que pretende generar juicios universales sobre la política que apliquen a todos
los pueblos y organizaciones humanas y nutridos además del rechazo de la
tradición que trajo la revolución científica llego el movimiento de la
Ilustración para marcar un antes y un después en la historia política ya no
solo de Europa sino de toda la Humanidad, desde el siglo XVIII hasta principios
del XIX el pensamiento político de la Europa occidental comenzaba a cambiar
drásticamente hacia los ideales que nutrirían la revolución francesa y otras:
libertad, igualdad y fraternidad, en otras palabras, un humanismo moral
preocupado por abstracciones que parecían reminiscencias del mesianismo
cristiano, como si quisieran crear el reino de los cielos en la Tierra.
Es en este contexto
donde surgen los contractualistas: Hobbes, Locke y Rousseau, si bien es difícil
condensar todo lo que estos tres autores dijeron acerca de la política, podemos
estar de acuerdo en que estos concebían a la sociedad como efecto de un
contrato tácito que permitía a los seres humanos congregarse en urbes y
naciones, pero los tres poseen conceptos que los diferencian entre sí: El
estado de naturaleza, que para Hobbes es guerra de todos contra todos, para
Locke es el derecho natural, es decir el que viene de Dios, y premia al hombre
con su trabajo, y el de Rousseau que entre en el mito del buen salvaje, este
primordial estado influye determinantemente en su concepción del contrato y, en
última instancia en el Estado que defenderán como justo o adecuado, a mi ver:
Monarquía, república y democracia, respectivamente.
Estos pensadores fueron
el germen de lo que desde la Francia revolucionaria se conocería como “derechos
del hombre y el ciudadano”, pautas mínimas que definirían a toda la raza humana
como iguales y sujetos de derecho y respeto, aunque sólo en el papel, y en un
principio sólo para Francia. Estos derechos llegaron al resto de Europa con el
desangre de las guerras napoleónicas, y no es hasta que nos enfrentamos a la
peor hecatombe de la historia en el Siglo XX, que los países se unen en el
sentido fraternal de la Ilustración para instaurar este régimen de dignidad y
respeto que intenta perpetuarse hasta nuestros días, una regulación del
ejercicio del poder que ya no viene de Dios sino de la convención, de mano de
la ONU y en esencia esto es la declaración universal de Derechos humanos, una
convención. Y aún ante eso, figura como la reivindicación de un “derecho
natural” del que somos sujetos sólo por el hecho de ser humanos, que pese a la
guerra y distintas perpetraciones por dictaduras y otros agentes, ha logrado
reducir sustancialmente la violencia y trasgresiones tanto en países
desarrollados como en vías de desarrollo y cambiado para bien la calidad de
vida de miles de millones de seres humanos trayendo la ola de prosperidad que
con las constantes crisis de nuestro siglo parece estar por terminarse.
Nada nos asegura que
los derechos humanos persistan, así como nada nos asegura tampoco que nuestras
democracias sobrevivan, y si se quiera que este modelo sobreviva, la lucha por
los derechos y contra injusticia y vejaciones debe ser diaria, constante y
contundente, pues como la Historia nos ha enseñado: un final feliz no está
garantizado.
Vía: @simposio.eclectico https://www.instagram.com/simposio.eclectico/ |
Gracias por leernos.
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