¿Acaso la ciencia podría 'nadificar' el poco sentido con el que se cuenta?

La ciencia ha ejercido una notoria influencia en el transcurso de la historia, ha servido para transmutar, desmitificar, y para facilitar la vida del individuo y de la sociedad. Se le ha otorgado el galardón de la confianza y sabiduría, ha sido el medio más factible para proporcionar un sinnúmero de avances a lo largo de la historia. Se ha erguido como una de las más grandes instituciones de los últimos siglos, y de igual manera, se ha independizado en gran medida de la filosofía, a tal punto que ha renegado rotundamente de ésta, y la ha empezado a ver con desdén y recelo. Hawking, por ejemplo, en El Gran Diseño (2010), hace una crítica mordaz con su famoso aforismo: “¿Por qué estamos aquí? ¿De dónde venimos? Tradicionalmente, estas son cuestiones para la filosofía, pero la filosofía ha muerto”. Si bien este apotegma no afecta de manera directa la concepción que los filósofos tienen acerca de esta disciplina, sí pone de manifiesto la manera en que la comunidad científica, ha ido enalteciéndose de manera paulatina y secuencial. Lo anterior representa el más claro ejemplo de la cuestión.

Se podrá protestar ante esto, recurriendo a comentarios relacionados con la ingente diferencia que hoy día, representa una ciencia como la física, y una disciplina como la filosofía; en aras de la primera, se podría abogar, por ejemplo, diciendo que ésta ha mostrado más capacidad a la hora de interpretar, conocer y explicar la totalidad del universo, y de responder a preguntas que de antaño, fueron consideradas sumamente complejas, y que significaron graves problemas metafísicos o filosóficos; mientras que la filosofía sólo se ha encargado de proporcionar bases muy rudimentarias y preguntas que generalmente han quedado inconclusas —por lo menos, en el terreno científico—. 
Por tanto, si se analiza esta cuestión desde una perspectiva meramente científica, en donde el conocimiento práctico y/o útil sean los únicos factores a destacar, fácilmente quedaría justificada la objeción que Hawking ejerce contra esta disciplina. No obstante, el concepto conocimiento no se encierra únicamente entre los límites de una concepción científica, va más allá de esa perspectiva, y una vez reconocida la multiplicidad que representa este concepto, ha de tomar lugar y de reafirmarse nuevamente, es decir, la filosofía ha de recuperar su postura como disciplina fidedigna, en cuanto se enlaza con el sujeto cognoscente.

No se debe comprender por esto, que la cuestión mencionada ha de representar algún tipo de amenaza ideológica para los filósofos, pues para éstos, cualquier verdad y concepción del mundo que se ha ido normalizando y aceptando, siempre ha sido objeto de cuestionamiento, análisis o crítica. Esencialmente el rol de la filosofía en la sociedad, ha sido cuestionar la verdad —naturaleza que todavía conserva—, y se entiende por esto, que la gran mayoría de filósofos, han caído en el escepticismo, y cualquier científico que no ha de ejercer una vida pragmática, sino meramente contemplativa, no está muy lejos de experimentar tal posición. Hasta aquí, se puede observar si bien de manera escasa —debido a la falta de contenido histórico y específico, citado en el texto, para explicar la separación entre filosofía y ciencia, pues ante semejante obviedad, no hace falta brindar argumentos contundentes, ya que para nadie es un secreto cómo el término "ciencia" se ha vuelto más exigente y estricto, y que de igual forma ha adquirido un connotación de aprobación, dejando así, invalidada muchas teorías o disciplinas que también forman parte de la totalidad del conocimiento— pero concisa, cómo la filosofía, minuciosamente, ha sido reemplazada por una institución que ha ganado prestigio y aceptación, por sus coetáneos; una institución que ha sido forjada por eminencias, intelectuales, y seres que se han destacado notablemente en la sociedad.

El problema es extenso, y plantearlo constituye claramente una responsabilidad muy grande, pues se está haciendo todo el tiempo alusión a una institución que hoy día prima por encima de todas, por lo menos, en lo relativo al conocimiento, y cuestionar su poder implica una gran perspicacia; la problemática es susceptible de reducirse en la siguiente sentencia: «La Ciencia ha ganado reconocimiento por la gran mayoría de círculos intelectuales, ha ganado prestigio y poder, se ha ido instaurando pacientemente, y sin duda alguna, en un futuro no muy lejano, ha de dominar de manera preponderante. Pero hasta ahora, pocos parecen cuestionar su riesgo implícito, cuya esencia nace, en su constitución natural a medida que ejerce relación con el percipiens». Desarrollar juicios que cuestionen el producto del trabajo científico es sumamente complicado, dado que, como se dijo anteriormente, la ciencia representa sólo un medio, y ha de quedar exenta ante cualquier juicio moral con el que se le trate de atacar.

Imagen relacionadaAhora bien, partiendo de esto, se aclara más el asunto: la ciencia no es el problema, el problema es quien se apropia de ella sin conocerla. Pero el número de cómplices, se extiende un poco más. Con esto se entiende que, quien se adueña de los medios, sin tener bases que garanticen su buen uso, ha de finalizar en tragedia: y esta tragedia es precisamente la que viene desarrollándose en el seno de la civilización. No obstante, el problema no se puede adjudicar únicamente a aquellos que no tienen suficientes bases para comprender la totalidad y el uso de estos medios, sino que también, emana de los que suministran dichos medios pero la adjudicación que se les hace a éstos, debe quedar absuelta de cualquier sentido peyorativo, pues es menester reconocer el trabajo de aquellos que han ofrecido, incluso en su ingenuidad, grandes «avances» en aras de la humanidad, pero que, sin darse cuenta, han clavado un puñal más en el corazón de la espontaneidad, y esto es exactamente lo que se quería explicar con «el número de cómplices se extiende un poco más».

Por consiguiente, se ha de preguntar: ¿qué peligro puede representar un hombre de ciencia, no contemplativo, sino práctico, que únicamente siente un fuerte aire de curiosidad, y un apasionado amor por el conocimiento y la humanidad, un hombre que sólo ha de trabajar en aras de la sociedad y ha de servirle a ésta? A simple vista, ninguno. Todos parecen caminar con unanimidad a la hora de conceptualizar a la ciencia, como un sistema cuya responsabilidad es la de proveer suministros que son sumamente deseables y benévolos, con el fin de satisfacer a la sociedad y/o individuo a esto es lo que consideramos como «avance», sin tener en cuenta sus implicaciones éticas o morales, que causan sustanciales repercusiones en la dialéctica de la historia. Sin embargo, estos «avances», están íntimamente mezclados con hechos que son repulsivos, como bien mencionó Russell, en su gran obra La perspectiva científica (1931). Hasta ahora pocos han notado la degradación de los valores que una vez le proveyeron sentido a la vida.

 El problema, después de todo, se puede reducir en una distorsión de conceptos y de significaciones, que se vienen presentando de manera fortuita y que irrumpe con nuestra concepción de la vida. Este problema nace en virtud de interrogaciones, y formas de tratar de buscar explicaciones. El problema es la mera consecuencia de la curiosidad humana, una dificultad que yace bajo la certeza y la fe, que subyace en las dilucidaciones que hasta ahora han satisfecho al espíritu humano, pero esa incertidumbre, ese problema –que hasta ahora se logra reconocer por pequeños vestigios que sobresalen–, tarde o temprano ha de surgir como un hueco en el meollo de la humanidad. Hasta ahora, la Ciencia debe seguir su curso, debe guiar a la esperanza, debe tomar el papel que ha dejado una de las más grandes instituciones de todos los tiempos: el cristianismo. Luego se ha de preguntar qué sucederá con tal institución, se podría leer para ello, obras o novelas distópicas, que clarifican de manera concreta la cuestión. ¿Acaso la objetividad y la verdad tienen un precio muy alto?

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