Acerca del existencialismo y la angustia. ¿Cómo se percibe el mundo desde tal perspectiva?


La captación de la nada trae consigo la angustia, la angustia se encuentra entre el motivo y el acto, es decir, ésta surge en cuanto la libertad se manifiesta, es una condición necesaria de la interrogación: yace en el meollo de la nada. He de definir los conceptos de manera precisa para aclarar esta cuestión. En base a Sartre (1943) y su respectivo estudio ontológico de la realidad humana, hemos de definir la consciencia como consciencia de libertad, y la angustia ha de ser definida de igual manera, a diferencia de que en esta —que surge por medio de la captación de la nada—, la libertad se angustia ante sí misma, mientras que la consciencia es simplemente un ente yacido-ahí, ente por el cual la libertad y la angustia llegan al mundo. 

En este sentido, hay que descartar cualquier determinismo psicológico que pudiese existir, o de otra forma, si tal determinismo existiese, la angustia no sería más que ignorancia ignorada de ese determinismo y, entonces, se capta efectivamente como libertad. Ahora bien, yo soy libre, existen ciertos matices culturales que ponen en tela de juicio mi libertad; mi lenguaje, mis costumbres, mi moral…, todo esto constituye un modo de influir en mi ser, mas no quiere decir que sea crucial al momento de determinarme, o sea, sigo teniendo la posibilidad de ser libre por encima de todo ello. La última elección es mía, yo me veo capaz de dudar de lo que han hecho de mí, yo puedo no ser lo que soy, y ser lo que no soy, y así ser tajantemente libre. Mientras camino ejerzo un acto de reflexión, soy consciente de que soy libre, pero hay que añadir que esta libertad pertenece puramente a un estado de la consciencia del individuo, no a un estado de la sociedad, esto significa que la sociedad edifica ciertos parámetros y conceptos que son unánimes y convencionales, pero que no siempre se interrelacionan con el pensamiento de un individuo o un grupo reducido en particular, y por ende, mi libertad termina donde empiezan la de los demás, como bien se sabe.

Por otra parte, soy libre y por tanto soy una náusea rodante, soy una angustia orgánica. Tal angustia me lleva a la desesperación y al hastío; llego a la conclusión de que después de todo, es menester cierto nivel de sometimiento ante máximas estipuladas, y este sometimiento implica incluso no dudar de éstas, simplemente acatarlas. Dudar de manera exhaustiva, y ser asiduamente alguien que duda, no hace más que colocar de manifiesto la libertad, es decir, la reflexión frecuente se encuentra con la libertad en algún punto, y por ende, surge la angustia, y el escepticismo está a la vuelta de todo ello. Teniendo en cuenta esto, ¿es o no benéfico ser consciente?, ser consciente implica, como se dijo antes, tener consciencia de libertad: angustiarse ante sí. Estar sometido es no ser consciente, no tener noción de lo que hay detrás ni delante, es simplemente ser, existir como existe una roca, aunque, como es evidente, a diferencia de la roca, el que está sometido también puede ir a laburar, ganar un sueldo, darse ciertos lujos personales, e incluso ayudar a sus coetáneos, pero esto no quiere decir que sea un ser que trasciende de su sometimiento. Puede ser un ser-útil y técnico para la sociedad, pero no garantiza nada en cuanto se trata del reconocimiento de la libertad: es una mera analogía entre el ser auténtico e inauténtico de Heidegger (1927), pero quizá un poco exagerada. 

Soy libre: no me queda ninguna razón para vivir.



Seres inauténticos habitan por doquier, en el transcurso de mi vida académica me he topado con muchos, éstos se caracterizan principalmente por admitir, y no por dudar, la duda es un término irreconocible para ellos. Al encontrarme sentado en el salón de clases, puedo formular una multiplicidad de preguntas que se extienden sin término medio, puedo sentirme angustiado ante tales preguntas y consideraciones que hago con respecto a mis compañeros. Veo a Juan levantarse y dirigirse hacia la profesora, Juan no tiene el mínimo interés en la clase, no le interesa el trasfondo ni lo que representa ésta, simplemente necesita sobrevivir y por tanto, le es menester adquirir medios que garanticen su supervivencia, necesita ser cortés con la profesora, necesita no excederse de razonamientos críticos que atenten contra el carácter de ésta, simplemente debe mantenerse en un límite de cortesía y en una relación de maestro-estudiante, pues al recurrir a un comportamiento contrario a éste, implicaría un riesgo que atenta contra el propósito que han establecido para Juan. El problema aquí es que Juan estudia porque tiene que estudiar, Juan lee porque tiene que leer, y posteriormente obtener el resultado esperado por la institución, y medianamente por él. 

Según esto, la vida de Juan se basa en un “tener”, lo que lo hace un ser completamente inauténtico, no obstante, deberíamos preguntarnos: ¿Juan quiere?, seguramente sí. Juan eligió la carrera porque quiere y entonces, simultáneamente, tiene que hacer y obedecer. Pero detrás del querer de Juan, no se encuentra nada, la zona está completamente vacía, ese querer se fundamenta en un gusto muy vulgar y para nada atractivo. En sus años de colegio, él formó su gusto a medida que pasaba el tiempo, y llegó a la conclusión de que tenía vocación para tal carrera. Su vocación, en realidad, no va más allá de un desenvolvimiento en el área que estudia, él resuelve las evaluaciones con fluidez, entiende los temas de manera clara, y por ende, obtiene buenas calificaciones y se destaca en su clase, pero...  ¿qué le puede garantizar todo esto? Absolutamente nada, Juan no deja de ser un autómata, él es únicamente un ser pensado e interpretado, ha sido moldeado de manera sobresaliente. Y partiendo de esto, ¿qué puede garantizarle a Juan no ser un ser interpretado o inauténtico?, para que él no caiga en el lineamiento del sistema, debe partir de la premisa principal, de la pregunta: ¿quién soy?, y en base a ello, comprender por qué y para qué quiere hacer lo que hace. En resumen, Juan es un estudiante de institución, éste no va más allá de su carrera, es, en términos heideggerianos, un «das Man».

Así pues, seres inauténticos no habitan únicamente en lo más bajo de la sociedad: en los sectores excluidos, desahuciados, etc., etc., sino que también están dentro del sector académico (aunque, como es obvio, son más difíciles de identificar). Retomando el tema de la angustia y de la libertad, ¿qué tiene que ver todo ello con respecto a Juan? Casi todo, éste no siente el vértigo de la angustia, no siente el peso de la libertad recaer sobre sus hombros, él es un hombre práctico que sabe que necesita sobrevivir, y por tanto obtener buenas calificaciones, para posteriormente gozar de una buena calidad de vida; viajar, comer, disfrutar con su familia, etc. Juan no se interroga por el ser. Si los atenienses se preocuparon por la formación de la inteligencia, y los espartanos, por la formación del ciudadano, hoy día, el modelo establecido es similar al de los espartanos, el sistema no necesita formar inteligencia, sino que necesita seres capacitados para la vida, y para la transformación de la sociedad, es decir, no le hace falta seres comprometidos con el pensamiento contemplativo, éstos ya fueron apartados. Según esto, Juan es únicamente un producto elaborado por el sistema, Juan no es sino una prolongación de lo que hicieron con él, un ser interpretado.


La angustia surge ante la captación de la nada.


De igual manera, también tiendo a considerar un sinnúmero de comparaciones interminables en el día a día. Analizo cada acto de los presentes con minuciosidad, los alumnos se levantan y crean relaciones de compañerismo, y quizá de amistad, pero ¿a qué lleva todo esto?, ¿ellos en realidad quieren crear dichos vínculos?, ¿cuál es el motivo principal que les impulsa a juntarse los unos a los otros?, veo a compañeros abrazándose con reciprocidad, incluso, al interrogar a una, le pregunté algo con respecto a un amigo, y ésta después de abrazarlo me respondió que no sabía cómo se llamaba, lo cual me estremeció de súbito, pero quizá no le debería dar importancia a ello: no veo que ella se angustie por tal acto, no veo que ella reflexione acerca del porqué. Ella lo abrazó quizá por mera cortesía, y ésta se basa únicamente en una impresión convencional, necesita crear vínculos de simpatía a cualquier precio, necesita sobrevivir dentro del círculo en el que se desenvuelve, en este caso, en la gran academia; es preciso forzar y forjar vínculos. En lo que me concierne, me he vuelto irreconocible en estos círculos, pero no por algún tipo de vergüenza o pena, sino más bien por estudiar los actos de relación que ejercen mis compañeros, y que normalmente me llevan a conclusiones que producen vértigo y cansancio, pero que, quizá he de estar equivocado.

Tal como Schopenhauer (1819) lo concibió, así lo percibo, el factor principal que empuja a los hombres de unos a otros, se basa únicamente en no poder soportar la soledad, éstos prefieren soportarse en grados de relaciones, pero no soportarse a sí mismos de manera individual, ¿quién al tener un problema de tal magnitud, tendría la valentía de encerrarse a solas en su cuarto, y reflexionar acerca de tal incertidumbre, con la total garantía no quitarse la vida?, pocos, es preferible para muchos recurrir a medios más factibles: al entretenimiento vulgar, al alcohol, medios de distracción, y a la sociedad. La soledad desgarra, estar a solas con uno mismo produce angustia, la libertad se reconoce en el hecho mismo de la reflexión filosófica, y entonces… ¿a qué recurrir cuando llega ésta?, normalmente a la sociedad, inmiscuirse dentro de ella, adoptar ciertos patrones que extirpen la náusea de los pensamientos; pues éstos se vuelven débiles y longevos, patrones como el suicidio filosófico o en términos sartrianos: la mala fe. Los que hayan comprendido «Las conductas de mala fe», podrían quedar rápidamente absortos ante el absurdo del engaño de la mujer, al citarse por primera vez con el hombre. Ésta necesita reconocer el deseo que éste impregna sobre ella, como trascendencia, es decir, ella sabe muy bien cuáles son las intenciones que el amante quiere con respecto a ella, sabe que la finalidad de esa relación será terminar en la cama y desgastar tales pasiones tarde o temprano, pero de igual manera ésta prefiere reconocer ese deseo y esas intenciones, adornándolas con un romanticismo casi inadmisible para nosotros los nauseabundos, «es preciso afirmar la facticidad como siendo la trascendencia, y la trascendencia como siendo la facticidad»  (Sartre, 1943, pág 90).

Esto quiere decir: la mujer necesita entender el deseo como admiración o «amor», no sólo como deseo, pues al entenderlo únicamente como esto, quedaría aterrorizada ante tal acto  meramente físico y vulgar, y simultáneamente, necesita entender tal admiración como deseo. Por desgracia, para nosotros, es casi imposible entender este mundo con significaciones que van más allá de lo físico, hemos sido reducidos, nos han extirpado el sentido. A diferencia de Juan, que simplemente puede desenvolverse ante tales situaciones cotidianas, utilizando el mismo patrón de formalismos académicos —con leves variaciones—, mencionados anteriormente, y por tanto, bajo estas circunstancias, tampoco es posible que éste sienta recaer la angustia sobre sus hombros, su naturaleza misma imposibilita la captación de la libertad, que se encuentra entre los motivos y el acto; en el meollo de la nada, donde yace la angustia.


Bibliografía

Aymard Sartre, J.-P. C. (1943). El ser y la nada. Barcelona: Altaya.

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