¿Por qué nada tiene sentido? Sobre las consecuencias del cristianismo

Tanto para hablar de presagios de nuestro futuro, como para comprender nuestra época, nos esforzamos en la ardua labor de mirar atrás. Parece sencilla la realización de un análisis histórico para esos propósitos, nada digno de llamar arduo, y no lo sería, de no ser por el alto riesgo que hay en hacer tal estudio. Siempre que el hombre mira al pasado, ha de ser astuto para olvidarse de la jugosa oportunidad de juzgar, así como tendrá que cuidarse de no ser él, juzgado por el tiempo. Pero ¿por qué es esta advertencia importante?, ¿por qué empezar hablando de Historia, de ser «El sentido» el tema? 

Hablando ya sea de sentido o moral, en el significado más occidental de ambos términos, se suele remitir a una escueta remembranza de nuestra herencia judeocristiana, al ya repetido cuento de cómo la moral cristiana nos arrebató el sentido del que originalmente, las culturas clásicas del mediterráneo gozaban.  No es la influencia de la religión de Constantino, lo que es cuestionable para este caso, esa influencia es una situación más que comprobada por la Gran Mentira; ¿qué es un hombre sin la suma de todos sus recuerdos sino lo que se interpreta a raíz de ese razonamiento? El pensar que el cristianismo nos arrebató el nexo con lo sagrado, o con nuestro individuo en pos de las instituciones, reduciendo nuestro interpretativo y rico en símbolos, panteón de dioses por una trinidad que no era más que Uno, para luego darle un puñetazo en la cara a nuestras creencias más profundas con el materialismo, y al final esa autodestructiva guerra contra el propio hombre que es el cientificismo, es no pensar con certeza en lo que significó el cristianismo para nuestra civilización, y para el individuo, más concretamente. ¿Cuáles son entonces, los principales elementos, o funciones de la moral cristiana? ¿Cuál es su legado a Occidente después de 1900 años? Y la pregunta final, ¿es el cristianismo, culpable de nuestra condición nihilista? Empecemos contestando las primeras dos: 

Las ventajas del cristianismo frente a la condición clásica previa eran en esencia cuatro:

  •  Concedía al hombre un valor absoluto. 
Esto es más que crucial a la hora de hablar acerca de los aportes del cristianismo a la cultura, el concepto de alma dignificaba al hombre, surgía a manera de compensación para una existencia sin, aparentemente, la mínima importancia o trascendencia: como una compensación a la muerte. El alma, es trascendente por naturaleza. «[…] luz de Dios es el alma del hombre […]» (Proverbios 20:27). En un principio, el alma se entendía como una consciencia única y compartida por todos los hombres. El desarrollo del pensamiento cristiano terminó por unirla a la condición individual del hombre. Un nuevo individuo trascendental había nacido. 
  • Daba al mundo una condición de perfección.
Si bien este, junto al concepto de alma, son herencias del judaísmo, y no propiamente creaciones de la cristiandad, el pensar que el mundo no es perfectible, sino perfecto, suponía una justificación suficientemente sólida para el poder establecido, para la libertad, la existencia, cualquier fenómeno. El propio mal era parte de un laberinticio plan divino, del que no había forma de salir, no había margen de error: sencillamente, todo tenía un sentido. 

Despojar al mundo de la idea de Dios, convertía este en una lucha incesante de fuerzas, de voluntades, un caótico vertedero donde habita todo miedo, y toda pasión. Un mundo infinitamente grande, solo en sí mismo, sin desgastes. Un puede que vacío y desconsolado devenir; un mundo, bajo el espejo de Heráclito, Nietzsche, o Schopenhauer... Quizá. ¿Y qué podría surgir de ese mundo de no ser Desesperación?— nos pregunta un perturbado Kierkegaard. 
  • Era universalmente cognoscible.
Claramente esta percepción del mundo no era intuitiva ni natural, pero es de fácil comprensión. La introducción de estos conceptos en la mente dotaba al hombre de un saber satisfactorio acerca de su entorno, su rol en la sociedad y lo que habría al final del camino. Conciencia del Bien y el Mal, y vaya que sobre todo del mal. La sensibilidad por el sufrimiento, la compasión y misericordia fueron valores cristianos, y ese favor por las masas dio el gran empuje que facilitó la evangelización de la Palabra en un Imperio en una decadencia, con diferencias sociales cada vez más acentuadas. La fuerza de estos conceptos, terminaría por normativizar de una vez por todas, calcinando la forma, de un dogma que terminó ejerciendo un poder más allá de toda la represión que podía ejercer cualquier monarca. Al menos no de este mundo, Vicario—. El Evangelio, es el fruto prohibido. 
  • Imposibilitaba la autodestrucción del hombre.
Este punto parece estar íntimamente relacionado con el primero, y sin duda, hasta parece trampa o un exceso ponerlo. Pero este es especialmente importante para los cristianos más conscientes —sí, estoy hablando de Kierkegaard, o Dante—. ¿Qué decir de autodestrucción? Como consecuencia del saber de un valor intrínseco en la existencia, el satisfactorio saber de un alma, de un más allá, razón de una creencia, llevaba más allá el valor del individuo, a través del sacrificio. Y aunque se pueda pensar que estos conceptos,  tanto el sacrificio, como el Reino de los Cielos, desvirtuaban al mundo «verdadero»  que de hecho pasó, indirectamente con Descartes—, no es posible negar que ello dotó de sosiego, ¡qué esperanza tan perfecta como la desesperanza! ¡Qué descanso tan profundo como la intranquilidad! ¡Qué valor más alto que el nihilismo! La paz del Cristo vino por la eterna lucha, que sería el germen de una fuerza digna del mayor héroe pagano, y una sensibilidad digna de Píndaro, a grandes nombres cristianos. 

Si bien este valor, este concepto de alma individual, siendo desarrollado por cantidad de filósofos medievales, no sólo cristianos, traería al futuro muchas consecuencias —entre ellas, que Kierkegaard siga estando vigente a día de hoy—, pero siempre reconociendo la imposibilidad de destruirse, aún pudiendo acabar con su cuerpo.  Con un alma, el suicidio nunca es una opción para el cristiano. 




¿Por qué William Blake viene tan bien con estos temas?


  
El legado del cristianismo, lejos de ser una depreciación del mundo sensible en favor de uno ideal, de un reino por venir, fue una condición de lucha: Agonía; La piedad en esa lucha, unión, fraternidad, y virtud. Romperse por el prójimo, para pelear juntos contra un mundo que representaba la máxima expresión de fuerza. El cristianismo es la agónica contradicción de espíritus que no pueden aspirar a la Nada. No pueden pedir ser Nada, aun siendo tan poco. Decía Pablo de Tarso: «Si el Cristo no resucitó de entre los muertos, entonces somos los más miserables de los hombres». Es decir, el cristianismo no es sólo lucha, es creencia en el culto a la divinidad de un hombre, asumiendo que es Camino, Verdad y Vida, fuere esto un oxímoron, lo suficientemente potente para no entenderse como doctrina, sino como valor espiritual: un valor para negociar nuestra propia Salvación. 

Para entender las críticas del anticristianismo, es necesario conocer el cristianismo —Nietzsche sabía esto bien—.  El sufijo ismo, advierte de ser una doctrina, pero en respuesta a ello se nos propone una palabra mucho más bella: cristiandad, la condición de ser el Cristo, cualidad del Cristo. Muchos análisis del tema, parecen errar a la hora de hablar del cristianismo primitivo —incluso este, estuvo a punto de hacerlo—, como el cristianismo del Cristo; de antes de que este muriese. Cosa tan absurda como hablar del marxismo de Marx. El Cristo, no era cristiano, sino él mismo, el Cristo. Y aquí es donde cabe hablar de creencia: El Dios del cristianismo, no es un Dios de muertos, sino de vivos (Marcos 12:18-27); y el propio Cristo vive, no por sangre, voluntad de varón o carne, sino por testimonio del Verbo, el Verbo que habitó entre nosotros. El Verbo finalmente resucita, un Cristo histórico, que arraiga inmortalidad en los anales de la Historia, y vive y agoniza en las almas de sus creyentes, formando así toda una tradición y dogma de la síntesis de la resurrección de la carne, y la inmortalidad de la pneuma, del alma. Judea y Grecia en Pablo de Tarso.

El legado de la cristiandad, no se queda únicamente en la agonía. Decir esto sería más una crítica que un cumplido, y aunque no vengamos a halagar, encontramos la raíz de tal condición; la fe, y su relación con la duda. La fe del cristianismo encapsula una contradicción que amenaza con volverse contra sí misma. La viva fe del cristianismo es incrédula, y por ello contradictoria, esta fe nace cuando muere: igual que su Cristo. Para un individuo ampliamente relacionado con la cultura Occidental, hablar de fe no le parecerá nada del otro mundo, incluso puede ser hasta un poco obvio. Pero reflexionemos rápidamente, es evidente que no estamos obligados a creer en lo que creemos —Al menos no en épocas donde los mecanismos de poder no ejercen su influencia directamente por coerción—,  pese a ello es muy difícil dejar de creer. 


The Crucifixion | The Bible Through Artists' Eyes
Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»(Marcos 15:34), es a este Cristo de contradicciones, que clama al cielo por el abandono de sí. Desde entonces estamos solos. Y es este el Cristo al que rinden culto los cristianos agónicos, aquellos que reconocen la duda aún en su propia fe, porque es el propio hecho de creer, crear; incluso viéndose atacado por la razón, destruyendo aquel porvenir irrealizable. Las nociones de racionalidad, en algo que no pretende ser nada más que historia: una mentira, vuelven al creer, y al vivir el alma del Cristo en el creyente, una lucha, porque es este el verdadero sentido de la palabra que hemos repetido hasta el cansancio en esta breve página, agoníaἀγών, lucha. Y es por medio de esta que descubrimos el velo del misterio de la fe, de la que tan cerca hemos estado; entendimos la creencia, y reconocimos al valor sin valor: La Verdad en la mentira. Nietzsche no habrá estado tan errado al decir que nuestros valores encapsulaban el nihilismo, pero bien creo, más que por crítica a estos, fue la advertencia de que tarde o temprano, necesitaríamos nuevos valores.

El trágico credo se ha vuelto doctrina, y de la lucha de Pablo, llegó la institución. Porque el Cristo era Verbo, nunca Letra. Y es por letra por lo que se domina al iletrado. La Iglesia y el positivismo comparten una postura común; la pasión por la tradición, y la autoridad por medio de leyes y vicarios. ¿El Reino de los Cielos, estaba realmente fuera de este mundo? Pero eso quizá, sea tema para otro artículo. 

Como siempre, gracias por leernos.

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