Cioran y la 'sobresaturación' como posible vía de escape

«Este mundo puede quitarnos todo, puede prohibirnos todo, pero no está en el poder de nadie impedir nuestra autoabolición. Todos los útiles nos ayudan, todos nuestros abismos nos invitan; pero todos nuestros instintos se oponen» (Cioran, 2018, pág. 68). Este escritor nos enseña que, fundamentalmente, la vida es un estado de no-suicidio, es decir, un estado en el que se vive con la idea constante del suicidio, pero que nunca se lleva al acto. ¿Es que acaso esto es verdad o es mera paranoia de cualquier autor pesimista? Sin duda alguna todos en algún momento de la vida hemos considerado esta idea, ¿a qué se debe?, ¿no será un razonamiento natural entre la heterogeneidad de razonamientos que tenemos presentes cada día? Es lo más sensato; tales pensamientos estriban en el seno de la existencia y de la práctica diaria: cansancio, agotamiento fisiológico y espiritual..., las experiencias corroen paulatinamente el apetito de vivir, pero no solo las experiencias, sino la sensación  constante del vacío, de la podredumbre; y en este extremo, nos encontramos cara a cara con la plenitud y el frondoso bosque del absurdismo.

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Para triunfar sobre este apetito no hay más que un solo «método»: vivirlo hasta el fin, sufriendo todas sus delicias y sus espantos, no hacer nada por eludirlos. Una obsesión vivida hasta la saciedad se anula en sus propios excesos. De tanto hacer hincapié sobre el infinito de la muerte, el pensamiento llega a gastarlo, a asquearnos de él, negatividad demasiado llena que no ahorra nada y que, más que comprometer y disminuir los prestigios de la muerte, nos devela la inanidad de la vida (Cioran, 2018, pág. 36).

Hay un pensamiento —no hace falta cavilar— obsesivo que yace en la misma incertidumbre del ser, un vacío ontológico que no puede ser llenado por ninguna idea, un estado de confusión que se hace incipiente en las vísperas de la juventud; nadie se libra de este, solo algunos tienen la facultad de olvidarse de su peso con el transcurso de los años. Las actividades diarias, las salidas de campo, las amistades..., son factores que llevan a olvidar tal cuestión; pero para los que se adentran en este hueco, aquellos que sienten curiosidad por saber cuál es el fundamento de ese apetito de ser, se decepcionan de súbito al encontrarse con ese vacío espantoso y descompuesto que parece casi preparado para escupirnos el rostro. Llenar constantemente la vida; levantarse y experimentar ese quietismo abrumador que intranquiliza fácilmente una mañana entera, es una tarea que nos atañe, incluso a una gran mayoría. Para otros esto no es un problema; algunos se angustian por el devenir y la imprecisión de sus vidas; otros por dificultades que son propias de la naturaleza de la vida, y otros, por la incomprensión, la exigencia y el peso de la noción de que se existe, de que se es; estos últimos son los que no pueden reconciliarse con la inmovilidad y la confusión que produce el acto de levantarse por las mañanas.

Es una faena que a simple vista parece fácil, incluso algunos miran con ridiculez y desconcierto a  las víctimas del hastío; no logran comprender cómo se puede morar en un estado de negación tan profundo: no entienden la tragedia. ¿Acaso se trata solamente de ignorar? Podemos ignorar, pero simultáneamente tenemos consciencia de que estamos ignorando un hecho para así escapar de él, y por tanto, tenemos consciencia de que ignoramos, entonces, en últimos términos, seguimos siendo conscientes: es ineluctable. El compromiso se presenta al momento de querer huir de él, no hay fe en las vías de escape que muchos filósofos nos han propuesto antiguamente —en su mayoría todas desembocan en hábitos ascetas—, en este sentido, las vías de escape adquieren cierta nulidad, no son efectivas. Entonces, ¿qué nos queda? La sobresaturación, esto es, ser pesimistas hasta no poder más, hasta la explosión, hasta el aburrimiento mismo del pesimismo. Si las vías de escape lucen débiles y poco eficaces, entonces, recurrimos a la aceptación de la resignación y del vacío. Aceptamos esta atadura, pero a la vez esperamos aburrirnos de ella. Es una tarea crispante en tanto nos vemos aturdidos diariamente por el peso de la responsabilidad de existir; este peso es incomprendido por algunos: nace en virtud de una incertidumbre «objetiva», incertidumbre que extirpa toda ingenuidad del espíritu, la aplasta. Andamos con aires de resignación, reconocemos el hecho de existir, pero inmediatamente escudriñamos lo que implica, en ciertos momentos no sabemos qué sucede: atisbamos el abismo, pero no nos atrevemos a lanzarnos. Aquí ya hemos comprendido el peso, lo que está de más, el error, lo que no debería ser... En este punto empezamos a recurrir como locos a diferentes subterfugios: empieza la lucha contra la consideración suicida. 

Tenemos vías; sean ascetas, cotidianas..., pero tenemos, de igual manera, la aceptación y la reconciliación con el pesimismo. Nos podemos sobresaturar y aburrirnos o, en el peor de los casos, acabarnos.

Sea como sea, se ve viable:

1- Aceptar la resignación y el vacío.
2- Esperar la explosión de estos estados.
3- Nos libramos, nos suicidamos o vivimos de la peor forma posible. Librarse o suicidarse son opciones más sensatas. Vivir dentro de los límites de las consideraciones suicidas es un camino más tedioso y agobiante, para nada recomendado. Aquí tenemos que elegir entre seguir o acabar con el juego; no podemos jugar a medias: la decisión es fundamental.

Como vemos; una vez en el último punto, el futuro es incierto; todo es posible, y la inmensidad de la eventualidad produce vértigo.

Referencias

Cioran, E.M. (2018). Brevario de Podredumbre (Martín, Fernando Savater). Bogotá D.C., Colombia: Penguim Random House Grupo Editorial S.A.S.

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