Una enfermedad posmoderna

Nuestros tiempos sin duda han sido de los más convulsos y complicados contra los que ha tenido que hacer frente el individuo. Una característica del espíritu de esta época, es un abogamiento cada vez más fuerte y presente por simpleza. Para la calidad humana, de una obra, persona o evento, una armónica complejidad de factores ya no es compatible con nuestra idea de intelectualidad. Esta interpretación se ha visto fortalecida previamente, con nuestros artículos Simplicidad I, y Simplicidad II.

La presencia de esta decisión impregna ya al mundo del arte, cosa de la que esperamos hablar más adelante, para impactar en la mercadotecnia que termina por deformar la cultura popular, teniendo como instrumentos a los medios de comunicación masiva. Estos últimos han sido clave para dar forma al ideario colectivo de la sociedad en las últimas dos décadas. Y es ese el contexto en el que tiene que desenvolverse el individuo posmoderno, una cacería incesante de ideales, deseos y miedos, siendo él la presa. Envuelto en una marea de información en la que solo parece hundirse cada vez más. Sin duda el hombre se ha enfrentado a peligros más letales, pero quizá nunca tan sutiles, que vuelvan su propia mente en contra de sí.

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La accesibilidad a la información, no nos ha asegurado una sociedad culta y superior, como nos fue prometido por los grandes optimistas del Siglo XIX. El Reino de los Cielos no llegó sólo otorgando vestido y alimento a nuestros pueblos, el occidental no ha alcanzado, ni siquiera encuentra la paz en sí mismo, será mejor no hablar de reinos. Pero esto no es algo de lo que lamentarse, nada muy diferente a otras épocas, ya que hemos avanzado de forma increíble en todo ámbito —¿hacia dónde?—, sin hablar de los «progresos» materiales, que en muchos casos gustan de ser llamados retrocesos por quienes me son afines, la pobreza y la criminalidad han reducido su cifra en términos relativos, las minorías se integran por primera vez en un Estado que los reconoce; la especialización de nuestros eruditos en determinadas áreas del saber han hecho que nuestros discursos y ciencias se hagan igualmente más específicos. Reflejado en lo específico que puede llegar a ser un empleo cualificado. La complejidad de nuestros entramados sociales aumenta, a la par que se le da poder a aquellos incapaces de valorarla como estos que les dan forma. Las masas ganan poder político, y social sin crear cosas dignas de apreciación, más que incontables tratados de la tolerancia, e innumerables redefiniciones del concepto de arte. Fuera de eso, se ha adoptado el modelo de producción masiva a la cultura. Sin preocuparse mínimamente por la calidad, intencionalidad o impacto del contenido.


Sin duda, los tiempos cambian. A medida que los grupos que perpetúan las ideas del tiempo, el individuo se ve forzado con cada vez más fuerza a integrarse a determinada asociación, línea de opinión o pensamiento, porque es desde el único escaño en el que podrá defender su propia identidad. Y aún más peligroso que eso, se está considerado propiamente la integración a estas tribus, como el fin mayor. Incluso mayor que la responsabilidad de poder ser uno mismo. Y no es por el hecho de valorar ciegamente la individualidad, suficientes pruebas hemos tenido de lo difícil que es llevar un Yo. Una carga que no se puede cargar, ni quitarse de encima.


Si algo nos ha enseñado nuestra época, seguramente no ha sido la capacidad de descomponer, en una introspección competente, la mente del hombre en sus características menos orgánicas. El individuo posmoderno no es lo suficientemente fuerte para reconocer las estructuras axiomáticas de su identidad, y de su propio tiempo, es incapaz de vivir una vida auténtica dado su sometimiento al consumo, sumado a la buena adaptación al clima de su época, superficialmente crítico de lo que le rodea, y aun así consume. El individuo posmoderno teme de su propia naturaleza. 

Y es así, como en un par de generaciones pasamos, de las épocas más gráciles, cultural y técnicamente productivas, de las más fuertes, idealmente nobles y humanas, a una época baja y deshonesta, en la que lo único a lo que, aún vacío, puede abrazarse el hombre para dotarlo de la fuerza y divina gracia del semidios renacentista es la naturaleza de su identidad, desechable. Es menester, aun pese a la brevedad del presente escrito, definir las características de este hombre que, sin duda, históricamente, para cualquier otro hubiera sido despreciable. O al menos eso nos gusta pensar.


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Nuestros coetáneos —porque nos gusta despersonalizar, pero somos parte de su tiempo—, son conocidos por el rechazo del dogma, de los ideales religiosos, angustiados, sin nación, perdidos en lo que ofrece su tiempo, pero, ¿es ese su pecado? ¿Por eso se les desprecia? Cuando nació la generación a la que pertenecen, encontraron la entrada a un mundo desprovisto de apoyos para quien quisiera hacerse de una cultura, de un cerebro y a la vez corazón. Abandonad toda esperanza aquellos que aquí entráis.



Hubo entonces un crepúsculo de todos los ídolos, siendo dirigido y traído por la generación de sus padres era aún un logro latente. Toda confianza en un dios encontró su ocaso, el orden religioso de occidente, la moralidad, el Estado, el socialismo, la nación —¿seguirá el mercado?—; el aún rico panteón de dioses de los Occidentales, finalmente iba perdiendo sus luces, pero, ¿de qué generación hablamos? Confiando en el formato, podremos responder como es necesario a esa pregunta, en la siguiente página.



Cuando hablamos objetivamente del cambio de una época, quizá nuestro instrumento más fiable sea el sentimiento de transición de una época, pero, al hablar de la ruptura de la modernidad, del falseamiento de los ideales ilustrados, ¿a partir de cuándo, de dónde hablamos? Y esto sería difícil de responder si no ponemos un par de condiciones antes, la primera: Hablaremos de la ruptura de la modernidad, en el momento en el cual la filosofía comienza a ser escéptica de lo moderno, eso nos dirá cuando, y del origen de la posmodernidad, cuando sus efectos sean visibles en alguna manifestación cultural, porque eso nos dirá dónde. Se debe ser consciente de que la respuesta a esas dos cuestiones es resultado directo de los conocimientos del que las responde, aun así, tiene que haber valor para responderlas:

A mediados del siglo XIX, nació la generación de pensadores y críticos, deudores de G.W.F. Hegel, con el idealismo absoluto, Max Stirner con el egoísmo como directriz moral, Arthur Schopenhauer, con el concepto de voluntad de vivir y el pesimismo, Fichte, y el rechazo de las cosas en sí; que una vez concluida su educación en la segunda mitad del Siglo XIX, comenzarían a ver con escepticismo las bases de todo aquello que conocieron, hubo críticos en todo ámbito, pero también hubo científicos, seguros de sus conocimientos, ebrios de sus fórmulas, redujeron al absurdo del mito la fe cristiana. Así, esa generación, ebria de positivismo, criticó lo que único que le daba sosiego al individuo, su malestar en nuestra cultura. Y ante la falta de imperativos, la filosofía se tornó existencialista, la política, cínica, la vida privada, inestable, pero glorificando la libertad, normal. El consumo, inevitable, el Mercado, el único dios.

Despertamos del trance, ojos ajados y rojos, lleno de metafísica se cree desequilibrado, se acerca precipitadamente al patíbulo, y le preguntan: ¿Habrá muchas cosas que le hagan sentir triste? ¿O quizá ninguna, nada de nada, y eso le haga sentirte así? No descarto que su ansiedad pueda ser una consecuencia de su estado previo: físico o mental, ¿come usted muchas golosinas?, ¿cómo se lleva con las obligaciones?, ¿qué tal su rutina? ¡Porque toda psicología suele ser una consecuencia de encontrarse indispuesto! Debe ser usted consciente de que la indisposición, vivir sin decisiones, siempre nos lleva a pensar de más. Precisa usted de un empleo, un par de amigos, un lugar favorito y lentes. La palabrería del interlocutor atraviesa la cabeza como lanza, con la punta pasando limpiamente el otro oído, mientras apaciblemente apuntas para bajar la mirada por el infierno, y con cada toque, sigues bajando.

La realidad se reconstruye, entrando a Instagram, sólo para admirar cosas que no vas a obtener, porque no necesitas; junto con la plasticidad de la vida de la gente que parece más feliz que tú, más las noticias que te dicen que al mundo lo persigue la tragedia aunque no sea cierto—, una catástrofe. Todo para hundirte en un ocaso más profundo que el de tus ideales. Y aun mientras disfrutas de la angustia, cobijado del exterior por la calefacción del edificio, y dando un sorbo más grande a tu frappé por los nervios, sabes ni el mundo va para peor, ni la gente es en realidad más feliz que tú. Sabes que las redes sólo están tratando con todos sus esfuerzos, aprovechándose de tus debilidades psicológicas, orientación política y tus instintos de chango, de aprender de ti para ofrecerte los productos y publicidad más relevantes, para que formes parte de un sistema que creen que ignoras, pero no tienes opción más que ser parte, incluso si eso significa hacerte pensar que, en realidad esta no es la mejor época de la humanidad.

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¿Y todo para qué?, ¿para sumar un número a otro, dentro de un conjunto de reglas arbitrarias que velan por un crecimiento infinito, en un mundo finito?, ¿enajenar la humanidad de los ya alienados entes atados a un sistema económico que los desprecia utilizándolos como ratas de laboratorio para vendernos literalmente basura? Lo sabemos, pero no nos importa, porque estoy en una profunda desesperación, y quiero sosegar mi angustia existencial con memes que parezcan confirmar mis patologías más horribles. Sacrificando nuestra delicada salud mental, por unos momentos en los que nos sentimos de nuevo parte de algo, y refuercen el sentido de nuestras creencias más profundas, aunque sepas que son falsas, carajo.

Hay cosas, situaciones y productos que siguen sacando lo peor de nosotros, sin duda, pero el mundo no es un lugar peor por ellas, ya lo era. Pero sigue estando en nosotros, como lo estuvo en todas esas personas que hicieron un poco más cómoda esta experiencia (inventores, pensadores, maestros, científicos, legisladores...) el hacer de este cachito de complejidad, nuestra civilización, la Tierra, en un eterno mar de entropía; algo digno de defender.

Gracias por leernos.

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