¿Qué podría llegar a ser una sociedad científica?: Bertrand Russell

«El conocimiento es bueno, y la ignorancia es mala»; principio que ha sido defendido hasta el día de hoy; inquebrantable e inmodificable: dudar de este es cometer un grave delito intelectual. Partimos de tal premisa, aceptamos los avances y luchamos por el futuro, miramos esperanzados hacia el mañana; reemplazamos a Dios por la Ciencia, ahora nuestra metafísica se concentra en un territorio inexplorado. ¿En qué creer?, ¿cuál será la metafísica del mañana una vez la idea de Dios haya sido extirpada por completo? El espíritu apolíneo llevado a sus límites acaba no solo en rectitud, sino también en desesperación: tal será la doctrina del futuro. Un mundo desprovisto de arte, de literatura, y, a su vez, de sentido... Todo yacerá bajo la Perspectiva Científica; un episodio reducido a explicaciones y a fórmulas, a sensatez y a rigidez, ¿quedará lugar para la imaginación?, lo más probable es que no, y este es el precio a pagar por tan anhelado progreso. Filósofos ya han abordado esta cuestión; Schopenhauer, en particular, plasma un apotegma mordaz y comprometedor —en el sentido de que una vez considerada la idea, el mundo se torna insulso—: «Que el mundo tiene solo una significación física y no moral, es el mayor error y el más pernicioso error fundamental, la verdadera perversidad del pensar, y en el fondo, es también lo que la fe ha personificado como el anticristo». Estas palabras paulatinamente están siendo corroboradas por la gran Institución de hoy día, las explicaciones físicas priman por encima de la metafísica que antaño considerábamos, hoy no quedaría lugar para un Buda; la perspectiva y la interpretación del mundo están supeditadas a una sola cosa: exactitud y comprobabilidad; lo que no se rige bajo estas normas queda como inoperante e insensato.

Además, sabemos también que el hombre ya no bebe tranquilamente del caudal que una vez fue sinónimo de pureza, ni se pasea por los exuberantes bosques que un día fueron ajenos al concepto de soberanía y división. Hoy es un animal racional que ha escindido el mundo —conceptualmente hablando— en diferentes planos geográficos; que se ha apropiado de los recursos de su alrededor y los ha optimizado... ¿Para bien?, a simple vista podemos asentir. Pero poner en tela de juicio todo lo que hoy somos y lo que hacemos, constituye, quizá, una especie de escepticismo o de rebelión hacia lo aceptado. Preferir el salvajismo antes que la modernidad es quizá una opción osada, pero sensata —incluso Rousseau fue partidario de esta—. Y aquí se protestará incorporando el argumento de que un salvaje tenía un promedio de vida limitado, y vivía constantemente expuesto a enfermedades y a peligros que por suerte hoy «no corremos», pero ¿es que acaso la vida es más digna de ser vivida por el simple hecho de tener más garantías de supervivencia?, y mejor, si de garantías se trata, no hablemos; si la medicina se encarga de encontrar la cura, el capital se encarga de arrebatarla: el bien tiene su antípoda, la balanza siempre luce equilibrada; avance aquí, retroceso allá, entonces, ¿cómo estar completamente seguros de una noción cuando se trata del Progreso? El escepticismo siempre se prestará para abandonarla.

Por otra parte, el mundo habitado por mentes sensatas, ha de acabar en un teatro de mera sosería: si ya es vil pero escasamente soportable, mañana será completamente indigno de ser habitado. Reduciremos los fenómenos y los acontecimientos a explicaciones demostrables y razonables; tanto arte como literatura son susceptibles de ser despojados, o, en su defecto, tratados con desdén; la imaginación perecerá. Teniendo en cuenta que somos competidores natos y que, en función de ciertos sistemas, la competencia se intensifica aún más y las diferencias entre nosotros se hacen mucho más irremediables, la sociedad futura no quedará exenta de ese mismo camino. Una vez el trabajo y la esclavitud fueron implementados, las diferencias empezaron a crear una vía sin término medio; posteriormente los sistemas de pensamiento clasificaron y escindieron a los hombres; pero hubo uno en particular que dio por sentado el hecho de lo alejado que estamos ya de ese animal humano: el sistema económico y político, que a la larga acrecentó el proceso industrial, hasta desembocar en un terreno tecnológico y científico en el que hoy vivimos. Russell nos acerca a este, pero lo mira con aprensión... A pesar de pertenecer al Círculo de Viena, no está seguro de lo que puede generar una sociedad bajo parámetros científicos; él reconoce la naturaleza del ser humano, reconoce su incompetencia cuando de poder se trata; no existe alma humana en la faz de la tierra inmune a ser corrompida por esta fuerza.

Pero más allá del recelo que le tiene al Gobierno científico por lo que respecta al poder, también se lo tiene a las grandes diferencias que podría generar este: aquí pude apreciar una analogía entre Huxley y Russell, pero este último solo los clasifica entre aptos e ineptos; mientras que la clasificación de Huxley cuenta con más material; Betas, Gammas, etc.; Russell, de igual manera, cree que una sociedad de esta magnitud generará nuevas diferencias. Un sistema que nuevamente intensificará la competencia.

La sociedad científica, en su forma pura —que es la que hemos tratado de representar—, es incompatible con la persecución de la verdad, con el amor, con el arte, con el deleite espontáneo, con todos los ideales que los hombres han protegido hasta ahora, con la única excepción de la renuncia ascética (Russell, 1983).


Así pues, vemos la mirada y el recelo de Russell hacia la sociedad científica; a pesar de que dedicó gran parte de su vida a la ciencia y a la filosofía, reconoce el peligro al que estamos expuestos. ¿Una sociedad reducida a leyes dejaría lugar para la imaginación?

Por último, me gustaría dejar un gráfico que si bien no pertenece de manera directa al tema, nos ofrece una idea de lo cerca que estamos de entrar a un terreno completamente desconocido; la relación que entablaremos con la IA, y los cambios drásticos que experimentaremos en cuanto a la manera de relacionarnos como sociedad. Ya hay grandes vestigios de ello. De lo que aún no hay seguridad, pero sí desconfianza, es de la manera en que todo esto repercutirá en la civilización.

El concepto de Felicidad ha sido abordado por numerosas escuelas filosóficas; ha sido manejado por diferentes organizaciones sociales... Hoy día es tema para la bioquímica. ¿Qué puede representar algo así?


Gráfico obtenido de CdeCiencia; no puedo garantizar la veracidad de este, 
pero a juzgar por sentido común, es algo que podría no estar alejado de los hechos. 
Si quieres ver el vídeo entero presiona aquí





Referencias



William Russell, B.A. (1983). La perspectiva científica (G. Sans Huelin). Madrid: Sarpe, S.A.

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